Los Savants de Saint-Simon
- 16 de March de 2020
Lorem ipsum
Uno de los aspectos más notables de Saint-Simon es su representatividad del pensamiento pragmático socialista, que a pesar de haberse iniciado en el siglo XVIII durante la cruenta Revolución Francesa, todavía persiste en el pensamiento de los socialistas modernos del nuevo milenio. No podemos hablar aún de una escuela filosófica socialista en el XVIII, pero sí de una perspectiva generalizada de lo social, que delimita el campo de las preocupaciones en un área de resoluciones pragmáticas; es decir, desde un principio es visible que los socialistas son las figuras antagónicas de la gran maquinaria monárquica, la cual se limitaba a resolver unos pocos derechos individuales e ínfimos intereses sociales, cuando son estas figuras opuestas las que analizan respetuosamente los problemas sociales, o sea, sus derechos e intereses con relación al poder poítico. De ahí que quiénes se debieron a lo social se denominaron socialistas, en oposición a lo que, en rigor lógico, en este caso representan los aristócratas.
El pensamiento de Saint-Simon es fruto de un desarrollo filosófico de la época, que pretendía desentrañar la ciencia social, partiendo de una base religiosa. De manera que la religión se entremezclaba con los principios teóricos que procuraban explicar los fenómenos sociales, sosteniéndose sobre un concepto de Hombre Abstracto. A pesar de su escaso apego a la realidad, funcionó como eje del pensamiento, no sólo de Saint-Simon, sino también de todos los socialistas del siglo XVIII. Lo cual tiene una explicación lógica, cuando en los hechos, el individuo como persona – valga la acotación – se reducía a algo más que un animal, cuyos intereses y derechos no iban más allá de lo que el soberano podía imaginar; no era posible concebir derechos, ni interpretar interereses, en función del Hombre real, si no era atreviéndose a conceder potestades “adecuadas” al marco político y socio-económico, y en detrimento de los intereses de la aristocracia.
El Hombre Abstracto, significó algo más que el producto de una serie de inferencias en el plano teórico; de hecho, surge más por necesidad que por verdad develada. No se podía hablar de la esencia sin remontarse a la escencia misma. Era la pregunta: ¿cuál es el Hombre que goza de su libertad y se desarrolla en igualdad?; y a su vez la respuesta: no es el de carne y hueso, sino el que aún no existe pero debería existir, es decir el idealizado, el Hombre Abstracto.
Saint-Simon construyó su modelo de Hombre, como tantos otros pensadores de su siglo, facultándolo y modelandolo moralmente de acuerdo a la coyuntura política, económica y social. No transgredía el marco secular, ni lo empapaba con un espíritu ciertamente libre, sino que lo condenaba a ser modelo de una estructura social necesitada de orden en la división de trabajos; lo destinaba a ser el punto del cual se desprendieran todos los radios – de soluciones – en un círculo trazado por una compleja problemática política, reflejada en lo social.
El objeto de todo planteamiento socialista fue, y será siempre, el poder. La igualdad resulta ser el reflejo de aquello que la mayoría entendía sería el medio de liberación del poder opresor, y logicamente, a la vez, también el medio para la obtención del poder. Es prácticamente obvio que debe existir un equilibrio para el poder. Si se lo busca, se lo encontrará en las manos de otro; y si se lo extirpa a algunos, en otros deberá recaer. El vacío de poder no existe; no obstante, aquello que crea necesidad y a la vez se aleja de los que lo necesitan, es decir, tiene poder, siempre existirá.
Saint-Simon, como todos los socialistas contemporáneos y posteriores, creará un modelo de Hombre – o ya podríamos decir de humanidad – que servirá al tiempo de estructura social y reemplazante del poder político-social que se pretendía desplazar. Su estructura social, se constituía como un sistema jerarquizado que surgía de una de las primeras suposiciones: la humanidad se encontraría – según él – dividida en tres grandes clases. Una de ellas englobaría a los poseedores; otra a los no poseedores; y una tercera a los Savants, miembros de una clase intelectual que ejercen el “poder espiritual” en los pueblos. Poder que no es precisamente gobernante, sino que el gobierno en realidad lo ejerce la clase poseedora, dada su capacidad económica, de la cual dependían los salarios de los savants, y por ello el Consejo de Newton; el cual reunía a nueve miembros de dicha clase intelectual, de diversas ramas del conocimiento, con el fin de estudiar la ciencia social, y encontrar la relación entre los distintos cuerpos sociales y su perfecta armonía. Pero también se debían dedicar a la creación de arte e invenciones, con los que la humanidad se vería beneficiada.
En una estructura social organizada, jerarquizada según méritos, los savants parecen no tener otra función que la de dar cuerpo a dicho exoesqueleto constituido por la economía y la política, y que contiene lo intelectual y lo cultural. Mientras el mundo es gobernado políticamente por los reinos de Inglaterra, Alemania, Francia, Rusia e Italia – dado que los demás pueblos eran considerados por Saint-Simon inferiores, y por tanto incapaces de autogobernarse -, los savants ejercen el gobierno espiritual. O mejor dicho intelectual, pues el intelecto (como capacidad natural de llegar al espíritu de las cosas, y gracia humana de la que aparentemente sólo una aristocracia intelectual puede sacar provecho) se convierte no solamente en el medio hacia el espíritu, sino en el espíritu mismo. El calor del cuerpo social, en el pensamiento saintsimonista, radica en las manos de unos pocos; y el espíritu, se halla en la concepción y entendimiento de aquellos a quienes se les encomendó, por sus capacidades, la tarea de definir la esencia misma de la humanidad, su presente y destino. El intelecto, se transforma en espíritu del cuerpo social cuando el propio espíritu depende de lo comprendido por los savants. De manera que, en consecuencia, la sociedad sería y debería ser lo que en definitiva creen verdadero y valedero un grupo de nueve personas, atenidas, claro está, a factores psicológicos e inconscientes de la coyuntura histórica. Por tanto el espíritu de la humanidad, de la sociedad, no está cerca de la verdad; por el contrario, el mismo es la validez de lo inferido y aquello que se ajusta a las necesidades.
El gobierno irrevocable de los Savants es tanto más fuerte que el poder político de la clase poseedora. Dentro de la jerarquía, ninguno está por encima del otro; ambos comparten un mismo espacio en escalafones equidistantes e igualmente nivelados, encima de la clase no poseedora. No interfiere el político en el poder espiritual, sin embargo, éste sí influencia y en cierta medida dirige el poder político, cuando las decisiones y acciones de la clase política son producto de una ideología, de una concepción de la realidad que depende claramente del conocimiento. Los savants, por consiguiente, resultan ser algo más que detentores del poder espiritual: de hecho, ejercen una dictadura. Pero la jerarquía de Saint-Simon aspira a ser modelo de paz y orden para la humanidad, sin embargo ¿cómo puede el mundo intelectual, y más concretamente una clase intelectual como los savants, instaurar una dictadura tan fuerte como lo podría ser una de corte política? El poder de los savants surge de la necesidad de la sociedad, y la humanidad en general, de hacerse del conocimiento científico, filosófico y artístico. De ellos – los savants – depende el progreso cultural de la sociedad. La misión eterna a la cual se los asignó depende, en definitiva, de factores subjetivos propios de los pocos nueve miembros: en concreto, la sociedad pensará lo que nueve sujetos. En este sentido es que se erige una dictadura indolora e imperceptible para los cinco sentidos, salvo para un sexto: la consciencia crítica. Si los sentidos son las herramientas naturales para captar la realidad y los objetos sensibles, entonces la consciencia crítica nos lleva a comprender que, así como el descubrimiento científico y la creación artística son positivos para la humanidad, también es posible que la encomienda de los savants produzca males por igual. En cuanto a males, el mayor de todos sería la justificación de que la libertad condice con ciertas clases; y que, entonces, la libertad es concedida, a modo de gracia, por ciertos hombres, sin que la libertad misma sea inherente a la propia persona. En la jerarquía de Saint-Simon, ningún ser humano es libre.
No hay duda de que la libertad concede derechos y obligaciones, ni de que a través de la moral se descubren dichas obligaciones; pero tampoco hay duda de que los savants no tienen libertad, y que por tanto las obligaciones morales de proteger la libertad – propia y ajena – no existen, o por lo menos no tienen razón de ser.
La clase intelectual, se atiene cuando libre a la moral y no al gobierno; la ética debe ser su instrumento con el cual halle las obligaciones, las responsabilidades como cuerpo social capaz de trazar el destino de la sociedad. No deben haber excusas para la clase intelectual, cuando la inocencia de los actos no se condice con las capacidades de los miembros. Cada persona es plenamente responsable de sus actos, independientemente de que conozca las consecuencias de los mismos, a la vez que es libre de guiar a otros por tal o cual camino que su consciencia dicta, en la medida que responde a sus obligaciones.
Los savants, resultan ser al fin y al cabo la idealización de una clase intelectual existente con derechos y obligaciones morales, elevada por Saint-Simon al carácter de institución con poder de gobierno espiritual. De modo que, savant o no, la clase intelectual actúa según normas morales inexorables; institucionalizada o no, es siempre responsable de cada una de las personas guiadas por sus postulados, como así de cada palabra pronunciada, enunciado escrito y mente cautivada.